Intuitivo, sorprendente creador de objetos insólitos, tal vez vinculables al mundo surrealista más desafiador, entre Picabia y Man Ray.
Se dió a conocer en la novena exposición de la serie que Caixavigo celebró en 1980 con motivo de su centenario. Era, entonces, un pintor surrealista, con evidente influencia de Ernst y Dalí, inmerso en un mundo onírico y preocupante.
Expuso en Lorient, Francia, en las Bienales de Pontevedra y en diversas colectivas en Galicia, Madrid y Suiza. Sus muestras individuales, bastante espaciadas, comienzan en 1985, en su villa natal y en Baiona. Importante fue la celebrada en la Casa de la Parra, de Compostela, 1989, donde ya está el escultor o mejor, el ideador de objetos sorprendentes, por completo neovanguardistas. Piezas de su creación se muestran en el pabellón gallego de la Expo de Sevilla en 1992.
Es seleccionado en las muestras de Unión Fenosa, habitualmente preferidoras de nuevas tendencias. Está representado en colecciones institucionales de Galicia y en importantes repertorios de galerías y particulares.
La escultura de Barbi es una decantación del pensamiento surrealista. Crea objetos capaces de sorprender y hasta de agredir idealmente al espectador, desde la distorsión de la geometría poliédrica. Encierra lo insólito en un ámbito elemental, como si se tratara de trampas incruentas; de ratoneras imposibles. Sus ideaciones llevan lo común a lo inesperado, distorsionando las referencias. Al fin, impone la denuncia implícita de un ámbito de soledad, vagamente planfetario.
Como acaece con Leiro, aunque lejos de la irrenunciable antropología,en Barbi hay una imaginación desbordada y una capacidad de expresar, con formas elementales, sean rotundas o delicadas, el interior de las cosas, su esencia, el sueño de su elementalización. Su agresividad queda arropada por un lirismo implícito, en el que a veces hay alusiones totémicas.