JOSÉ FRAU RUIZ
Hijo de un miembro del Cuerpo de Carabineros, nació en el desaparecido cuartel que la Guardia Civil tuvo hasta hace muy poco en la calle de Magallanes, junto al también desaparecido Cinema Radio. Pasó los iniciales años de su niñez en la ciudad atlántica, y mantuvo el recuerdo de los amaneceres sobre la bahía, que contemplaba desde los descampados que después serían la Plaza de Portugal y la calle de Rosalía Castro. Su precocidad para el arte se manifiesta en el hecho de que en 1904, a los seis años, obtuvo su primer premio de pintura. Hacia las vísperas de la guerra europea, en Huelva, inicia seriamente sus estudios, con Antonio de la Torre, y comienza a exponer. Sigue recorriendo España con los diferentes destinos profesionales de su padre. En 1916 se trasladó a Madrid, para asistir a la Escuela de San Fernando y ser discípulo de Muñoz Degrain. Se presenta por vez primera a las Nacionales de Bellas Artes en 1917. Al año siguiente le pensionan para El Paular, escuela fundamental de paisajismo español, en el que Frau llegaría a ser uno de los principales maestros. Patrocinado por un mecenas de Cataluña, realiza en Barcelona, en 1918, su primera exposición personal. Sigue participando en las nacionales de Bellas Artes, y en 1924 obtiene Tercera Medalla con su paisaje «Tierras de Leyenda», pintado en Sepúlveda, Segovia. En 1925 integra el grupo que firma el manifiesto de «Los Ibéricos», revolucionario contra el adocenado arte español interior de aquel tiempo, pese a que españoles eran los más innovadores artistas europeos, como Picasso, Juan Gris y Julio González. En el grupo español está también otro gallego, Arturo Souto. En Santiago participa en la muestra de Artistas gallegos de 1926, lo que reitera su vinculación espiritual al país que lo vió nacer. En 1929 se casa con su discípula Margarita González Giraud, que en adelante será su máxima admiradora y firmará siempre «Margarita de Frau». Insiste en las nacionales de Bellas Artes y en la de 1932 obtiene la Segunda Medalla con «La orilla del río». Salta a Estados Unidos, en 1933, y expone en diversas ciudades, entre ellas Pittsburgh. La continuidad en las nacionales de Bellas Artes le conduce a la Primera Medalla, galardón ansiado por todo artista español. Es en 1943, con «Naturaleza». Viaja a Buenos Aires y Montevideo a finales de los cuarenta. En 1950 se traslada a México, donde fija su residencia. Expone en este país y en Nueva York. A partir de 1961 vuelve periódicamente a España y muestra su obra en diversas ciudades. En 1964 se traslada al pueblo de La Olmeda de las Fuentes, provincia de Guadalajara, donde se instala para siempre en 1966, y allí pinta apasionadamente su paisaje y su obra mística. A partir de 1968 se le invita oficialmente a los cursos de Estética de la Universidad de Verano Menéndez Pelayo de Santander. Su trabajo continúa, intenso, hasta su muerte, el 24 de marzo de 1976, cuando cuenta 78 años. Su obra figura en los Museos de Arte Contemporáneo de Madrid, y en otros de París, Pittsburg, Moscú, Nueva York, Buenos Aires, California, Alemania, etc, así como en los de Galicia. En el de Castrelos, en Vigo, cuenta con sala monográfica, a partir de una emotiva donación del propio artista. El Ayuntamiento tomó el acuerdo de rotular una calle con su nombre, que unirá la Plaza de la Independencia con la calle López Mora, y auspiciza una monografía que está escribiendo el autor de estas líneas. La pintura de Frau es el lirismo más encantador; es la poesía hecha color desde unos modos intensamente «fauves», hasta el punto de que es el más calificado maestro de esta tendencia en la pintura española. Mundos deliberadamente ingenuos; cuatro casas en medio de una arboleda, una referencia al trabajo agrícola, seres mínimos en un ambiente de explosivo y orquestado cromatismo, en el que dominan rosas, azules, amarillos. Hay vida, aire, paz, en los paisajes de Frau. Esto, en verdad, es paisaje, puesto que se trata, como quería Azorín, de estados del alma ante la naturaleza, recreada, inventada, ensoñada, idealizada. Juan Ramón Jiménez sería feliz habitando este paisaje, digno de sus páginas moguerianas. Cuando Frau se acerca al mundo religioso, es de un misticismo sobrecogedor. Con la misma materia gruesa, deliberadamente abigarrada, sintetiza las figuras y las dota de una ternura infinita.